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Viernes, 18 Diciembre 2009 14:39

Joaquín Sabina en concierto en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Un concierto poético y magistral para un público maleducado y vulgar.

Escrito por  Publicado en Crónicas de conciertos 2023-2024
Joaquín Sabina

Image by jorgemvd via Flickr

Gira de despedida de los grandes escenarios. Anoche pasó por Barcelona la última gira de Joaquín Sabina, presentando "Vinagre y Rosas", que lleva 4 semanas en el número uno de la lista de éxitos. Esta es la última gira de Sabina en cuanto a grandes escenarios se refiere, y hace bien: el público estuvo insoportable en una noche en la que Sabina demostró estar en plena forma  e intentó regalarnos una noche poética y artística. Fueron casi 3 horas de concierto, casi 3 horas de vida, 3 horas realmente vividas, porque la vida debería estar conformada de noches como la de ayer, donde el artista, humilde durante todo el directo, obsequió al irrespetuoso respetable con una de las mejores actuaciones que le recordamos.


Contracrónica: Esto es una contracrónica, no una crítica de concierto, y hablamos siempre de todo lo que sucede. Y lo que sucedió ayer con el público fue vergonzoso. Ya sabemos que muchos van a pasar la tarde, a pasar el rato, y que les importa una mierda lo que el artista intenta comunicarles con un concepto global trabajado (el de ayer lo estaba, y mucho). Pero que lo sepamos no quiera decir que lo aceptemos, o que no hablemos sobre ello.


Público lamentable: Fue un concierto donde no había lugar para los que quieren estar de pie en la pista, puesto que ésta fue cubierta por sillas o butacas típicas de estadio. Pero quedaba un hueco libre, y el ser humano, tan aficionado y obsesionado con el baile, con moverse y dar palmaditas mientras no entiende la mitad de lo que se le está ofreciendo, decidió levantarse en masa. Durante los primeros 45 minutos no sabías si estabas en un concierto o en el metro de Barcelona. Error de la organización, que ayer se relajó, y podías moverte, en un principio, muy a gusto, si bajabas a pista no pasaba nada y si te sentabas en una silla que estaba al lado contrario del estadio, tampoco. Error que tuvieron que corregir devolviendo a todos los 'bailarines' y gente con incontinencia física a sus butacas, acompañándoles con las linternas, rompiendo aún más la magia que se nos comunicaba desde el escenario.


No fue suficiente: muchas ganas de hablar (¿por qué vas a un concierto si tienes ganas de charlar o intentar ligarte desesperadamente a tu compañero/a?, y aplausos indebidos cuando las canciones no acababan aún. Empujones para entrar, también para salir, para comprar cervezas y bocadillos, para conseguir una camiseta... Berridos, gritos de "que bote Sabina" que el artista supo desviar recordando a Rajoy en la sede del PP, el inevitable oéoéoé... Patético panorama humano, para variar. Vergüenza ajena. Desde aquí aprovechamos para que, si alguno de esos maleducados nos leen, se replanteen su forma de actuar cuando se nos está brindando un espectáculo mayúsculo como el de ayer, o aún mejor, se queden en casa.



Joaquín Sabina

Image by jorgemvd via Flickr

El concierto: Sabina apareció con su bombín, levita y al son de los acordes de "Tiramisú de limón", el primer single de este nuevo disco, que repasó generosamente (Viudita de Clicquot, Parte meteorológico...), acompañado de sus músicos habituales y envuelto en una escenografía teatral que más adelante tendría guiños con el cabaret, el circo y los recitales de poesía. La poesía fue la constante del concierto, pues incluso cuando Sabina se dirigía al público, lo hacía envuelto en unos magistrales sonetos, y le rebelaron, de nuevo, como el brillante artista y comunicador que es.


Tempos: Fue un concierto diferenciado por cuatro actos (aprovechando la referencia al teatro), cada uno de los cuales tenía su tempo e intención. En la primera parte, Sabina presentó su nuevo disco y fue haciéndose suyo al público, aunque como ya hemos comentado éste no se daba cuenta de nada y estaba más por sus historias que por el concierto en sí mismo. En el segundo, nos trasladó a su mundo, hipnotizándonos con sus letras y sus canciones más intimista, en el tercero animó el cotarro y todo fue una fiesta, y en el cuarto remató la faena como buen torero que es.


Sabina recordó que hacía dos meses se encontraba entre el público del Sant Jordi "escuchando al maestro Cohen y yo muerto de miedo por saber cómo lo iba a hacer allí arriba cuando me tocase el turno". Lo consiguió, a los que quisieron seguirle con atención. El concepto y el espectáculo está muy cuidado y va mucho más allá de lo que pareció: Sabina puede tocar y magrear incluso algunos escondites recónditos de tu alma, a la vez que hipnotizar y maravillar con su verso constante. En este aspecto, el espectáculo fue excelso, sublime, brutal.


Joaquín Sabina

Image by jorgemvd via Flickr

Musicalmente, todo funcionó a la perfección. Pero no vamos ni a molestarnos en escribir sobre ello, puesto que los musiqueros no entienden el por qué Sabina puede gustar tanto, si no es un virtuoso de ningún instrumento, y toda la gracia está en las letras de sus canciones. Al resto no le interesaría así que...¿para que vamos a perder el tiempo expresándonos? Tan solo destacar a Pancho Varona y Antonio García de Diego, que anoche apostaron por la contundencia y la electricidad, con excelente criterio, y que incluso se atrevieron a cantarmientras el poeta se tomaba sus descansos (el frío y la edad no perdonan)... y sus "cola-cao".


Otros aspectos para comentar fueron las dos sorpresas de la noche. La positiva, la aparición de Joan Manuel Serrat en el escenario, cantando a dúo con Sabina ese genial "Contigo", tema que el de la Pobla supo mejorar. La negativa, la aparición del grupo Estopa, que según Sabina no estaba prevista, y que fue un error: "19 días y 500 noches", el tema que cantaron juntos, perdió mucho, pasó de ser aflamencada a directamente quilla, y el cantante de Estopa aprovechó para hacerse notar. Todo lo contrario que el maestro Serrat, que optimizó la actuación y se despidió sin hacer ruído, sin buscar el protagonismo: no lo necesita, y es inteligente. El público, por supuesto, vibró con ambos invitados, como lo hubiese hecho si hubiera aparecido cualquier otro.

 

 


El último bis fue desafortunado, no por los temas escogidos, ni por la defensa que hizo del mundo del toreo (aplaudimos su atrevimiento a pesar de tener nuestra propia opinión sobre el tema), sino porque fueron los únicos en los que no pudimos escucharle bien. La letra de "El pirata cojo", tema demandado por los asistentes, ni se escuchó, puesto que los instrumentos obtuvieron un exagerado protagonismo en ese momento, no sabemos si por algún cambio de micro que se pudo observar en el último descanso.


En definitiva: Un señor concierto el que nos ofreció Sabina en el Palau Sant Jordi, donde predominaron sus juegos de palabras y su verborrea y letras magistrales, una música sencilla y poco virtuosa pero efectiva e igual de válida, con el arte en primera línea de fuego y con una no-correspondencia de un público que parece que ya va a todos lados (cine, teatro, etc...) a hacer algo, lo que sea, a pasar la tarde, y que podría ser clasificado como "joder al prójimo mientras yo disfruto de mi vulgaridad".